En Japón cuando se rompe un jarrón hay la costumbre de repararlo juntando los pedazos con resina impregnada en polvo de oro, plata o platino. Esta tradición ha dado lugar a la creación de nuevos objetos en los que la belleza reside en sus brillantes cicatrices.
Kintsugi es el nombre de esta ancestral técnica cuyo origen se remonta al S. XV cuando el shogun Ashikaga Yoshimasa envió a China sus tazones de té favoritos para ser reparados, con un resultado tan tosco que no fue de su agrado. Entonces buscó artesanos japoneses para que le hicieran una reparación mejor dando con una nueva técnica de reparar cerámicas que se convirtió en un verdadero arte.
Esta creencia se extiende a las personas cuyas vidas difíciles generan roturas que reparan con cicatrices, cicatrices que hacen a las personas más hermosas por lo vivido que por su perfección. Cada error y cada dificultad en la vida nos dejan una enseñanza que nos convierte en una nueva persona más bella que antes.
Hace unas semanas llegaba a mi este inspirador vídeo que habla de esta hermosa costumbre.
Cicatrices y cáncer de mama
El cáncer de mama es una enfermedad que deja cicatrices que podemos ver como si de oro se tratasen. Muchas de esas cicatrices son visibles pero otras quedan ocultas al ojo humano pero no es difícil de ver que todas son de oro.
Esas mujeres a las que conozco bien ven como su vida se hace añicos tras una simple palabra: «cáncer». Junto a esa palabra vienen largos meses de tratamientos que dejan huellas profundas en su cuerpo y en su alma. Seguramente nadie que no ha pasado por ese periplo puede imaginarlo porque las heridas son diferentes para cada una de ellas. A unas le duele la perdida de un pecho o el cabello, a otras sus cicatrices o sus secuelas, otras ven peligrar su vida o la posibilidad de ser madres y a todas les destroza el corazón el miedo al dolor, el miedo a perder.
Si las conoces verás el oro en sus cicatrices. Sus cicatrices las hacen más conscientes de su existencia, con una escala de valores diferente, más sabias y más bellas. Si tienes ocasión de conocer a una de esas mujeres estoy seguro que admirarás su crecimiento personal. No han elegido sufrir pero eligen aprender de su experiencia.
Quizás el paso por la vida nos deja a todos cicatrices más o menos profundas pero lo importante es repararlas siempre con polvo de oro.
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